Tercer Lugar
La anciana entró a la caseta del banco automático con la sensación de meterse en una nube, pues la luz de neón le daba al recinto un aire de antesala celestial. Dejó las bolsas junto a la pared de cristal, extrajo la plancha de cartón que había guardado detrás de la máquina de expedir billetes y la desdobló sobre el piso. Acomodó unos trapos viejos a modo de almohada, se tendió sobre el cartón y se cubrió con su viejo abrigo, pensando como todas las noches- en la enorme cantidad de dinero que tenía a sus pies.
Carlos F. Reyes, 56 años,
Santiago.